domingo, noviembre 12, 2006

Cumpleaños feliz

Ayer cumplió 35 añazos mi Sol. Allí fuimos algunas de las fidelísimas a los saraos de todo tipo y condición: Raquel, Marimer y yo. Al principio la casa estaba llena de niños de amigos de Sol a los que apenas conozco. Los niños son pestosos cuando no eres madre. Gritan, lloran, corren, se te meten entre las piernas, los tiras sin querer, su madre te mira con ojos de odio.... Luego, antes de convertirse en calabazas a las doce,como dice Raquel, fueron marchándose, así que nos quedamos mucho más tranquilas. En realidad, a mi la noche me sirvió para volver a mirar a los ojos del alma a Mercedes, que tanto amor necesita, y que no sé si le llega el que le mando en oleadas como tsunamis; para comprobar qué hermosos son los amores nacientes, y cómo sorprenden y estremecen por nuevos y por brillantes; para encontrar más puntos de conexión con la forma de ver la vida de Raquel, para sentirla más cerca de mí, y ver que Antonio también la encuentra cerca, y para recibir un abrazo muy intenso de Sol, y sus palabras en mi oído. Este amor, que no es naciente, ni nuevo, sin embargo sigue siendo intenso, brillante, estremecedor y sorprendente. Es curioso cómo, a la vez que voy dándome cuenta de que me vuelvo más intolerante con algunos tipos de personas, percibo que me vuelvo más amante de aquellos que se lo merecen, aunque esto suene algo pretencioso. Me refiero a gente que está cerca y que necesito y que quiero cada día más, como Mercedes o como Raquel, o como Sol, y a gente que ha llegado hace poco y a la que me gustaría conocer y amar más, como a A.David, a Borja, o a David, a quien anoche encontré algo necesitado de conversación. Ójala encontremos momentos para charlar.

viernes, noviembre 10, 2006

Ya me han regañao

Hoy, al entrar en el Insti, me encuentro de bruces con la Jefata (como dicen los chicos), que me dice que el aula de castigo del recreo está saturada y que no castigue a más de dos cada día, a pesar de que en las normas que nos dieron al principio de curso ponía que no castigáramos a más de cinco. De hecho, sólo un día he tenido que recurrir a castigar a cinco. En fin, he dicho a todo que sí, y me he ido. Luego, me empieza a entrar la mala leche. Primero porque me regañen, cosa que odio. No me mola nada que me tengan que llamar la atención, no sé si se trata de orgullo o de ansias de perfección (parece que puede ser lo mismo con diferente nombre). El caso es que se me revuelve el estómago, me suben los colores y llevo todo el día jodida, pensando que quizá es verdad que he hecho mal al utilizar un recurso del centro, que quizá me ha echado la bronca a mí porque soy novata, que tenía que haberle dicho nosequé, que ya no voy a castigar a nadie más, que como me las voy a apañar, que como puede uno tener autoridad ante los alumnos si tiene que tragarse todo lo que ellos quieran sin opción siquiera a un chorra castigo sin recreo.... Y eso me ronda toda la tarde. Ya lo he soltado.

jueves, noviembre 02, 2006

Los pequeños se me atascan

No soporto ver llorar a la gente, inmediatamente me abre un puerta en mi interior que me lleva directamente a la habitación de la compasión y el ablandamiento, o, lo que es peor, a la habitación de la risa. ¿Por qué me dará risa ver llorar a determinada gente? ¿Será porque la situación se me antoja ridícula, o porque me pongo nerviosa? El caso es que mis alumnos de 1º E.S.O. (para que nos entendamos, desde 11 a 14 años), lloran con demasiada frecuencia. Si les regañas, lloran, si les castigas en el recreo, lloran, si les pones una nota en la agenda para sus padres, lloran. Hoy a vuelto a llorar I.I. El lunes su madre vino a hablar conmigo porque decía que le ponía demasiadas notas en la agenda, y que ella creía que yo le tenía un poco de tirria a su hijo porque como su hermano mayor, que había estado también en el insti, era muy malo, pues yo, por herencia, le tenía manía al pequeño. Yo no conozco al hermano mayor, pero como sea la mitad de bueno que el pequeño, tela marinera. El susodicho I.I. tiene 11 años, es pequeñísimo de estatura, tiene unos ojos gigantes, que casi se le salen de la cara, de color aceituna,y con tendencia a humedecerse. Su boquita, donde sobresalen unos llamativos dientes conejiles, suelta improperios a una velocidad inversamente proporcional a la estatura del propietario. Hoy, mientras yo explicaba la diferencia entre un morfema flexivo y un morfema derivativo por cuarta vez, una pelotilla de papel de cuadros y saliva ha volado junto a mí, y ha caído a mis pies. Le miro ojiplática y se parte de risa y me dice: "perdón, profe, se me ha escapado". Le hago levantarse y recoger la pelotilla. Se sienta, muerto de la risa, entre el jolgorio generalizado del resto de sus compañeros. Pertinente charleta sobre lo inoportuno de reirle las gracias a todo el que las haga. I.I. sigue de fiesta, como Pocholo. Risas por aquí, conversaciones por allá, de repente, me mira y me dice que le explique otra vez lo de los derivativos y flexivos. Y yo se lo explico (jamás pensé que tuviera tanta paciencia).
Por fin consigo que la mayoría sepa diferencias los malditos morfemas y cuando me pongo a repasar los recursos expresivos, veo a I.I. y a su compañera D.G. dandose manotadas y riéndose. Profiero : "os quedais castigados en el recreo". Pa qué queremos más. I.I. empieza a inflar la bola de nieve: no pienso quedarme, yo no he hecho nada, .....
Sigo con mi penosa clase y veo que ha sacado algo de la carpeta y se ha puesto a copiar. Cuando le digo que atienda a las explicaciones y deje las copias para casa, me dice: "es que yo ya no puedo aprender" "por qué" "porque estoy enfadado", "pues es sólo culpa tuya" "pues no pienso atender, ni aprender nada más, y además, tú quién eres para decirme lo que tengo que hacer en clase". Lo que me faltaba. Ahora resulta que yo no soy quién para decirle a un mocoso de once años lo que tiene que hacer en mi clase..... Zanjo la conversación. Suena el timbre. D.G. acata mis órdenes, coge su carpeta y se dirige al aula del castigo de recreo. I.I. coge su bocadillo y dice "no pienso ir al aula de castigo". Después de forcejerar verbalmente con él, he tenido que llevarle a Jefatura, para explicar que no quería cumplir el castigo. La Jefa, que es aún más alta que yo, y eso es mucho, le ha echado un charlón de órdago, y le ha puesto una amonestación.
Después del recreo, he vuelto a tener clase con estos chicos. I.I. tenía los ojos rojos y me odiaba. he podido percibir su odio atravesando el aire de la habitación.
Os aseguro que estas dialéctica le consumen la energía a cualquiera. Estos niños son muy pequeños para mí.