Ya está en marcha. Esta semana es la primera que va en serio, con todas las horas, todos los días completitos. Hay que ir desengrasando los engranajes. Aguantar cinco o seis horas de pie, aprender a decir que no, recordar cada cinco minutos que hay que callarse para enterarse de algo, decir veinte veces por el pasillo "meteos en el aula", hablar durante cincuenta minutos, no esperar respuestas del auditorio de las 8.30 a las 9.20, porque aún están durmiendo (o dormidos), preparar clases, corregir ejercicios ilegibles, poner diez o doce puntos en una redacción de seis o siete líneas, recordar que no importa si usas boli rojo o boli azul, pedir que se sienten bien para que no tengan una escoliosis, amenazar con el castigo de recreo....En fin, todo eso que es la rutina y que, en los primeros días resulta tediosa y agotadora.
Es lo que peor se me da. Poner cara de perro al principio. Mantener una distancia amenazante y a la vez ser correcta, mesurada, templada, cordial...No perder los nervios cuando una chiquilla se sienta en el suelo, completamente espatarrada para sacar sus libros de la mochila, mientras otro se levanta a sacar punta al rincón, aquel cambia cuatro veces de pierna sobre la que se sienta porque se le ha dormido, y el de turno dice "me han chingado el estuche".
Si alguien pronuncia esas terribles palabras "me han chingado el loquesea" se produce la hecatombe. A todo el mundo le han chingado algo, un boli rosa, un borra, el estuche, el cuaderno de mates, el archivador, el bocadillo...Profe lo tenía aquí y ya no está (¿habrá un agujero espacio-tiempo en la clase?).
Veintidós chiquillos de once o doce años juran y perjuran que han visto a una profe guardar sus diccionarios en el armario el viernes. Abro el armario y no están. Veintidós chiquillos ponen cara de estar viendo el armario donde se escondía Narnia. Tras unas terribles pesquisas que incluyen a la jefa de estudios, al tutor, y un cartel en la sala de profesores, los diccionarios aparecen en un cajón de la mesa.... Estos pequeños son auténticamente surrealistas. A veces creo que piensan que el mundo es Hogwarts y ellos son pequeños Harry Potters que dejarán de ser muggles en cuanto la puerta del aula se abra y entre Hagrid a liberarlos. Aún conservan esa inocencia infantil. Qué pena que poco a poco se la vayamos quitando para hacerles adultos aburridos y con poca tendencia a la sorpresa.
Así que me dedicaré a adultecerles un poquito cada día y esperaré que, cuando la puerta de la clase se abra en medio de una de mis aburridas explicaciones sobre el aparato fonador o cómo se organiza un diccionario, Hagrid no se enfade demasiado conmigo. Tal vez me deje ver uno de sus dragones.