miércoles, noviembre 28, 2007
Munich
Este fin de semana he estado en Munich con mis hermanas. Hemos comido salchichas y chucrut, bebido cerveza, pasado frío, visto cuadros chulísimos, y hemos fortalecido lazos fraternales. Visitamos el campo de concentración de Dachau, además de un par de paseos largos por la centro de la ciudad. Os dejo unas fotos para que os hagáis una idea.
lunes, noviembre 19, 2007
Otoño
Empieza a hacer frío. Ya llega el otoño de verdad. Hoy no se veía El Escorial desde la ventana del Instituto, por culpa de la cortina de lluvia que se desliza Abantos abajo y que amenaza con hacer desaparecer el encinar, como aquella nada de La historia interminable que se comía Fantasía porque ya nadíe creía en ella. Me gusta la lluvia, el frío. Casi tanto como me gusta el verano, el calor del sol sobre mi piel en una playa, me gusta el frío de la lluvia en la piel, oler la humedad en el aire, salir de casa, cuando ya es de noche, y no ver la casa de enfrente, porque la lluvia se la ha comido, escuchar las gotas repiqueteando en el aluminio del canalón, mirar brillar las hojas mojadas de los árboles, sentarme en el sofá y adormecerme viendo la tele, o leyendo, o escribir en el ordenador mientras oigo lloriquear a Julieta Venegas en uno de sus primeros discos.
lunes, noviembre 12, 2007
Este fin de semana he subido a una de Las Machotas (14oo y pico metros). Me he sorprendido a mi misma por haberlo logrado sin apenas jadear (bueno, sí que he jadeado un poco). Lo que más me emocionó fue llegar arriba, y ver a Aurora y a Teresa en una piedra, un poco más abajo, como colgadas del cielo velazqueño de Zarzalejo, como si las estuviera viendo en un programa de esos de la tele de "Madrid desde el aire". ¡Qué subidón! Es la primera vez que he subido tanto (suena algo ridículo), y entonces allá arriba, entendi a los que se van al Everest. Si subir la Machota baja te hace sentir tan poderoso, subir al Everest debe ser bestial.....
Hoy, en clase, me he encontrado con una compañera que tenía la barbilla destrozada, morada de hematoma y amarila de betadine.... Se ha caído escalando en la Pedriza, desde una altura de 4 metros. Ves,he pensado, es que es muy peligroso esto del montañismo.
Además, luego estuvimos toda la tarde charlando, alrededor de unas copas. Y este sigue siendo uno de los placeres que más disfruto. Hablar de cosas sin importancia, o con mucha importancia, reír, hacer planes, y ver pasar deprisa las horas, que se marchan tan rápido por culpa de la buena compañía y los vapores del alcohol. Otra vez: os quiero, chicas (y chicos).
Hoy, en clase, me he encontrado con una compañera que tenía la barbilla destrozada, morada de hematoma y amarila de betadine.... Se ha caído escalando en la Pedriza, desde una altura de 4 metros. Ves,he pensado, es que es muy peligroso esto del montañismo.
Además, luego estuvimos toda la tarde charlando, alrededor de unas copas. Y este sigue siendo uno de los placeres que más disfruto. Hablar de cosas sin importancia, o con mucha importancia, reír, hacer planes, y ver pasar deprisa las horas, que se marchan tan rápido por culpa de la buena compañía y los vapores del alcohol. Otra vez: os quiero, chicas (y chicos).
miércoles, noviembre 07, 2007
Brooklyn
"Llámame Brooklyn" es el título del Premio Nadal 2006 que Raquel me regaló para mi cumpleaños. Anoche acabé de leermelo (no es que haya tardado siete meses, es que empecé hace poco) y quería escribir qué bueno me ha parecido. Es una novela de esas que llaman caleidoscópica, donde hay un par de narradores diferentes, y donde se intercalan historias sin tener en cuenta un orden cronológico ni temático. Cuando vas avanzando en la lectura vas construyendo poco a poco en tu cabeza tu visión de la historia. Esa dispersión es la que contribuye a hacer la lectura interesante, porque creo que la imagen que yo tengo en mi cabeza no será la misma que Eduardo Lago (el autor) se montó cuando se puso a escribir. O sí, no lo sé. El caso es que la historia no es una gran historia, con grandes hazañas o personajes heroicos, pero tiene muchos momentos mágicos, aparecen muchos personajes pequeños, curiosos, muy humanos, cada uno con una historia propia, alejados de los estereotipos, muy originales y auténticos: un negro ciego que se gana la vida recitando la Biblia de memoria, un marinero danés que abandona su vida y su razón con 26 años porque se enamora de una mulata en un desfile caribeño por las calles de Nueva York,un brigadista italiano traidor, un gallego regentando un bar de marineros, un diplomático obsesionado por la contemplación de determinados cuadros, un señor con levita y chistera que solo sale de la Nueva York subterránea el día de su cumpleaños, un exiliado español catalán pero de derechas,....En fin, que os recomiendo su lectura, porque creo que es un gran libro que pasará desapercibido al lado de los Matildes Asensis y los Ruiz Zafones.
lunes, noviembre 05, 2007
Ya está bien. He decidido dedicar cada día un ratito a escribir algo. Y como no me arranco a buscar un cuaderno con goma, como los de Hemingway, para llevarlo a todas partes, pues vuelvo al blogger, que algo es algo. Aprovecho una leyenda urbana que me contó Raquel el jueves:
" Una chica entra en la estación de metro de Banco de España un martes de noviembre por la tarde. En realidad es ya muy tarde, es de noche. Se le ha hecho tarde, se ha entretenido más de la cuenta en la puerta del trabajo, charlando con Marta, criticando a Rosa, analizando otro día más sus comentarios idiotas, insulsos. Cuando se ha dado cuenta, ya era tarde, ha dejado a Marta cogiendo el 27 y ha corrido hasta la boca de Metro. Ha llegado al andén, que está tan desierto como están las escaleras mecánicas. No hay nadie. Bueno, sí, al andén de enfrente acaba de llegar un señora con un paraguas y una bolsa de El Corte Inglés. ¿Cuánto queda para que llegue el tren? Sólo dos minutos. Vale, no llegará tan tarde a casa, al fin y al cabo. Por una de las entradas del andén de enfrente aparecen ahora dos adolescentes góticos, cogidos de la mano. Los dos de negro, se ríen y se besan. Él la agarra por la cintura sujetándole atrás las manos. Ella se deja besar. Le mira, le sonríe. Está enamorada. Mientras la señora del paraguas y la bolsa de El Corte los mira confusa. Se ve la luz del metro que se acerca. Menos mal. La chica deja el andeén vacío y sube a su vagón, vacío también. Casi vacío. Cuando se ha sentado se da cuenta de que en el asiento de enfrente hay tres hombres sentados. Los tres llevan la cabeza tapada, y gafas de sol. Uno lleva una gorra, el de enmedio un gorro de lana, y el otro una gorrilla de esas que llevan los chulapos en la pradera el 15 de mayo. La chica no les mira mucho. Se ha dado cuenta de que el de enmedio, el del gorro de lana, tiene un color de cara muy raro. Algo cetrino, amarillento. Además, el de la izquierda le tiene pasado el brazo por los hombros, y el del gorro de lana apoya la cabeza en el hombro del de la derecha. La chica evita mirarlos. Busca en su bolso "la sombra del viento" que se está leyendo. Oh, no, se lo ha dejado en la oficina. Ha salido tan deprisa para fumarse el cigarro mientras charlaba con Marta, que se lo ha olvidado. La chica no quiere mirar a sus vecinos y mira para la izquierda mientras el metro va atravesando estaciones vacías. Cuando mira a la izquierda se da cuenta de que hay otro viajero. Un señor mayor, con un traje gris y un abrigo de paño encima. El señor la mira, la sonríe. Ella evita su mirada. No sabe para dónde mirar. Enfrente los tres tipos raros, el de enmedio tiene muy mala cara, no se mueve. La chica llega a pensar que no respira. A la izquierda el señor del traje, que, al menos, tiene pinta de señor respetable. No sabe qué pensar. De pronto el señor del traje abandona su asiento y se sienta al lado de la chica. A la vez, y sin que los tres hombre raros le vean, deja un papelito en el regazo de la chica. Ella lo coge deprisa y lo lee: "Bájate conmigo en la próxima parada". La chica, de pronto, recuerda una leyenda urbana que le han contado. Decide hacer caso al papelito y bajarse con el señor respetable, vestido de gris, en la próxima parada. Siempre será mejor que quedarse con los tres tipos raros. El de enmedio tiene una pinta rarísima. Cuando las puertas se cierrran y el vagón se marcha, perdiéndose en la oscuridad del túnel, la chica respira tranquila. El señor de gris la sonríe. Ambos comparten un andén desierto. Ella le dice: muchas gracias, ya sé lo que me va a decir usted, que es usted médico y que el tipo de enmedio estaba muerto. Lo he oído contar, pero nunca pensé que me pasaría a mí. No, le contesta el señor respetable, en realidad, el muerto soy yo."
" Una chica entra en la estación de metro de Banco de España un martes de noviembre por la tarde. En realidad es ya muy tarde, es de noche. Se le ha hecho tarde, se ha entretenido más de la cuenta en la puerta del trabajo, charlando con Marta, criticando a Rosa, analizando otro día más sus comentarios idiotas, insulsos. Cuando se ha dado cuenta, ya era tarde, ha dejado a Marta cogiendo el 27 y ha corrido hasta la boca de Metro. Ha llegado al andén, que está tan desierto como están las escaleras mecánicas. No hay nadie. Bueno, sí, al andén de enfrente acaba de llegar un señora con un paraguas y una bolsa de El Corte Inglés. ¿Cuánto queda para que llegue el tren? Sólo dos minutos. Vale, no llegará tan tarde a casa, al fin y al cabo. Por una de las entradas del andén de enfrente aparecen ahora dos adolescentes góticos, cogidos de la mano. Los dos de negro, se ríen y se besan. Él la agarra por la cintura sujetándole atrás las manos. Ella se deja besar. Le mira, le sonríe. Está enamorada. Mientras la señora del paraguas y la bolsa de El Corte los mira confusa. Se ve la luz del metro que se acerca. Menos mal. La chica deja el andeén vacío y sube a su vagón, vacío también. Casi vacío. Cuando se ha sentado se da cuenta de que en el asiento de enfrente hay tres hombres sentados. Los tres llevan la cabeza tapada, y gafas de sol. Uno lleva una gorra, el de enmedio un gorro de lana, y el otro una gorrilla de esas que llevan los chulapos en la pradera el 15 de mayo. La chica no les mira mucho. Se ha dado cuenta de que el de enmedio, el del gorro de lana, tiene un color de cara muy raro. Algo cetrino, amarillento. Además, el de la izquierda le tiene pasado el brazo por los hombros, y el del gorro de lana apoya la cabeza en el hombro del de la derecha. La chica evita mirarlos. Busca en su bolso "la sombra del viento" que se está leyendo. Oh, no, se lo ha dejado en la oficina. Ha salido tan deprisa para fumarse el cigarro mientras charlaba con Marta, que se lo ha olvidado. La chica no quiere mirar a sus vecinos y mira para la izquierda mientras el metro va atravesando estaciones vacías. Cuando mira a la izquierda se da cuenta de que hay otro viajero. Un señor mayor, con un traje gris y un abrigo de paño encima. El señor la mira, la sonríe. Ella evita su mirada. No sabe para dónde mirar. Enfrente los tres tipos raros, el de enmedio tiene muy mala cara, no se mueve. La chica llega a pensar que no respira. A la izquierda el señor del traje, que, al menos, tiene pinta de señor respetable. No sabe qué pensar. De pronto el señor del traje abandona su asiento y se sienta al lado de la chica. A la vez, y sin que los tres hombre raros le vean, deja un papelito en el regazo de la chica. Ella lo coge deprisa y lo lee: "Bájate conmigo en la próxima parada". La chica, de pronto, recuerda una leyenda urbana que le han contado. Decide hacer caso al papelito y bajarse con el señor respetable, vestido de gris, en la próxima parada. Siempre será mejor que quedarse con los tres tipos raros. El de enmedio tiene una pinta rarísima. Cuando las puertas se cierrran y el vagón se marcha, perdiéndose en la oscuridad del túnel, la chica respira tranquila. El señor de gris la sonríe. Ambos comparten un andén desierto. Ella le dice: muchas gracias, ya sé lo que me va a decir usted, que es usted médico y que el tipo de enmedio estaba muerto. Lo he oído contar, pero nunca pensé que me pasaría a mí. No, le contesta el señor respetable, en realidad, el muerto soy yo."
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