Últimamente dedico mucho tiempo a trabajar. Me paso tres o cuatro horas todos los días delante del ordenador, eso sin contar las horas que estoy allí, en la jaula con los leones. Cuando estoy buscando actividades, preparando clases, leyendo textos, aprendiendo literatura otra vez, no me doy cuenta de que el tiempo pasa. Sólo me doy cuenta cuando, de repente, ya se me ha pasado la hora de hacer ejercicio. Ya es demasiado tarde. Ya no he planchado, no he leído nada solo por gusto, ya no me he hecho la mascarilla semanal (ya sé que suena banal, pero ya estamos en unas edades...), ya no he visto una peli de las que tengo atrasadas, ya no he podido reírme un rato tonteando con Toñín, ya no he podado la flor de pasión, ni los rosales, ni he ido a echar un vistazo a las calabazas. Me doy cuenta cuando me empieza a doler el culo de estar sentada, y un poco los ojos de mirar la pantalla, y un mucho el codo de apoyarlo para mover el ratón.
En ese momento, me entristezco. Me apena ver que ha pasado otra tarde, aunque sea tan fría como esta inusual tarde de octubre. Que no he quedado con mis amigas para reírme, que no he ido al cine, otra semana más, que no me he dado un paseo por el campo, que no he hecho pan, que no he ido a ver la exposición del cine español en el Instituto Cervantes, o que no he ido al rastro.
El siguiente paso es el cabreo. Me cabreo, me indigno, me sublevo contra todo, y me recuerdo adolescente, guerrera, discutiéndolo todo, cuestionándolo todo, teniendo mala fama en el grupo por follonera, y me veo ahora adulta, condescendiente, sumisa, tragando, diciendo que sí a todo, porque ésta no se moleste, por no molestar a este otro, porque es mi obligación, porque se lo debo a los chicos, porque es mi trabajo, mi vocación.
Entonces aparece la tristeza otra vez, la conciencia del paso del tiempo, la llegada de la madurez, y la pérdida de la frescura, de la rebeldía. Y me doy cuenta de que soy mayor. De que lejos ha quedado ya mi espíritu combativo, que he abandonado la proclama incendiara ante quién fuese para quedarme con la queja a media voz ante pocos de los que tampoco me fío del todo. Percibo que el tiempo avanza con su rueda apisonándolo todo, y haciendo de mí alguien diferente que no me gusta pero con quien tengo que cargar, porque la vida es así.
¿Quién coño es esta tía que me ha suplantado? ¿Es ésta la invasión de los ultracuerpos?
O quizá sólo es el otoño.
2 comentarios:
Mi querida Raquelita yo espero que el que describes sea un estado de ánimo transitoriotoñal. Creo que todos sentimos esa sensación de falta de tiempo, pero siempre va a ser más importante lo que SÍ hicimos que lo que NO hicimos, y por otra parte mejor dedicar el tiempo a tus alumnos que a tus calabazas...¿o es que éstas son para aquellos? ;-)
No te reconozco en esa conformista suplantadora de la que hablas, para mi sigues siendo la "guerrera" que conocí hace años, quizá ahora con una beligerancia más suave, más calmada en las formas, pero no por ello menos sincera.Hace ya un tiempo me dieron un buen consejo "mide bien tus batallas", que para mi significa algo así como pon toda tu inteligencia en saber qué debes luchar y qué no. Espero verte pronto para discutirlo belicosa y acaloradamente. Un beso enorme.
A la que no reconozco es a esa que dices en quien te has convertido... voy a achacarlo a eso, al otoño, a la lluvia (que a mi me deprime), al periodo (aunque suene machista o topicazo), vamos, y eso de que estás mayor, ¡ni de coña! si tú estás mayor yo también y me niego: yo estoy en la flor de mi vida, aunque no use "contorno de ojos" luego imagínate tú...bs Marimer
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