Un teatro pequeño (no más de 60 butacas), algunas sillas blancas de enea, unos telones blancos, unas paredes de ladrillo mal pintadas, también de blanco,sábanas por coser, encajes que nunca se verán, siete mujeres vestidas de negro, normas, obediencia que se desobedece, falsa calma que se quiebra con cada suspiro, con cada mirada, deseo reprimido, frustración,verdades a medias, mentiras, ojos que ven y callan, bocas que hablan sin mirar, resentimiento, dinero, envidia, amor, muerte.
Hacía mucho que no disfrutaba tanto viendo una representación teatral. Seguro que Nùria Espert y Rosa María Sardà lo hacían muy bien en el montaje del TNC, pero estas siete mujeres, en este pequeño teatro, en esta mañana fría de mayo, me han hecho sentir muchas, muchas cosas. Sin grandes decorados, sin un vestuario costosísimo, sin un director de renombre, pero con mucha profesión. Después de haber llorado por primera vez en un teatro he pensado cuánta gente se pierde esta Bernarda porque no conoce este teatro, a estas mujeres maravillosas que se han dejado hoy la piel sobre el escenario para un grupo de adolescentes que han disfrutado mucho. Se notaba en su silencio contenido, en sus risas nerviosas en cuanto aparecía María Josefa, con su ovejita-bebé, en cuanto encontraban un resquicio para romper la tensión a la que nos sometían las demás. ¡Qué ojos, qué rostros, qué cuerpos! ¡Cuánto odio, cuánto dolor, cuánta vida, en definitiva!
Si me lees y puedes, ve a verlas al Teatro Karpas
jueves, mayo 19, 2011
lunes, abril 04, 2011
Guitarvera
Este fin de semana, rememorando tiempos pasados y lejanos, hemos estado en el Guitarvera. Han tenido que pasar dos o tres años (ni de eso me acuerdo) de que dejamos el grupo para asistir por primera vez a este evento.
Me ha encantado el carácter espontáneo de la fiesta. El folklore está en la calle. Los grupos son modestos, humildes, no pretenden demostrar a nadie que son los mejores, ni que están entre una supuesta élite. Solo tocan, solo bailan. Solo quieren que la tradición se mantenga. El público deja de serlo por momentos para integrarse con los grupos, para cantar, para bailar. Y luego, otra vez público. Y los grupos dejan de ser las estrellas para ser público de otro grupo, para volver a integrarse a cantar, a bailar...
Me ha emocionado especialmente un grupo de ancianos, todos octogenarios o rondando esa edad, ataviados con pulcritud, con sus chambras y sus sombreros ellos, sus refajos, sus pañuelos bordados, sus flores en el pelo ellas, cantando. A veces les costaba adaptarse al ritmo que marcaban sus músicos, se adelantaban, se atrasaban, pero de sus gargantas surgían sonidos puros, voces ya veladas por la edad, pero con hilos de grandeza, recordando que allí había una gran garganta, una buena voz, una buena escuela, como decían los veratos.
Viéndoles cantar, traer a su garganta aquellas canciones que seguro que evocan tiempos mejores en su memoria, he pensado que eran ya los últimos portadores de esa tradición, de esos cantes que llevan sonando en las calles empinadas de la Vera doscientos años. Doscientos años alegrando bodas, rondando mozas, acompañando borracheras. Doscientos años de tradición oral que permanecerán gracias a fiestas como esta. Y a jóvenes que sean capaces de recoger esos testigos y, dentro de cincuenta o sesenta años, seguir cantando por las calles estrechas de estos pueblos extremeños, o canarios, o manchegos, o de cualquier lugar del mundo, en realidad. Manteniendo este tipo de cultura, poco reconocida por los medios oficiales, que es la cultura popular.
lunes, febrero 21, 2011
Hereafter
Vuelvo para hablar de una película. Después de más de un año sin escribir, ocupada en otras labores (como se decía antes) totalmente propias de mi sexo, me pica el gusanillo de la escritura otra vez. Ahora no tengo mucho tiempo, pero sí ganas. Ganas es lo que no me falta.
Hereafter, el más allá, o como parece que significa también, de aquí en adelante. Me quedo con esta segunda acepción, porque ahora me parece que lo que menos importa de la película de Eastwood es que hable de qué hay más allá de la vida. Los personajes se enfrentan a lo que les pasará en el futuro, una vez que les sucede algo traumático: sobrevivir a un tsunami, perder a un gemelo, no poder ser una persona normal. Los tres personajes en torno a los que se articula la historia tienen que seguir caminando, rehacer sus vidas, superar una pérdida. El destino o la casualidad les ayudará a encontrar ese "de aquí en adelante" ayudándose unos a otros.
Me quedo con el trabajo de los actores (debe ser mucho más fácil hacer un buen trabajo cuando te dirigen bien). Me quedo con la maestría de Eastwood filmando: una escena inicial que te inquieta primero, te deja boquiabierto después; los planos de Damon avejentado, sobrellevando como puede el peso de su maldición; el ambiente, la luz diferentes, dependiendo de si estamos en Paris, en Londres, en San Francisco; las escenas en el curso de cocina, llenas de sensualidad: tomates (aprende, Almodóvar), vino, ópera, cucharillas, ojos vendados, labios entreabiertos, manos que se rozan....
En definitiva, pasé dos horas y cuarto disfrutando mucho: boquiabierta con el tsunami, llorando con los hermanos separados, avergonzándome de la falta de pudor del noviete francés, sobrecogida con el peso de la responsabilidad que implica todo gran poder.
Le doy a gracias al gran Clint Eastwood por no defraudarme, ahora que puedo ir tan poquito al cine, y que necesito escoger tan bien.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)