miércoles, octubre 11, 2006

El quesito y compañía

El domingo, después de quedar y desquedar varias veces, nos vimos con dos compañeros de la facultad. En nuestro caso, hablar de compañeros de la facultad es remontarnos, al menos, doce años en el tiempo. Ya somos viejos. Todos. Nosotras quizás nos damos menos cuenta, porque estamos juntas, nos vemos, hemos vivido nuestras alegrías y nuestras miserias juntas,nos hemos visto crecer, pero ellos... Dios mío.El quesito ya no es el quesito, dice Marimer, se ha quedado calvo. Con el pelo inexistente en la frente, unas gafas grandes, que le hacen los ojos grandes, azules, fríos, una camisa azul, habitual,unos pantalones que intentan sera anodinos, inexpresivos. Todo él pretende pasar desapercibido, ser mínimo, inexistente... Pero algo permanece, se mantiene inalterable debajo de la capa de la inexistencia. Cuando se da la vuelta, en la nuca, el pelo es como era: rubio, brillante, parece suave, se acaracola en algunos momentos, vive, mintiendo sobre la inexorabilidad de lo que muestra la frente. Los ojos, cuyo dueño pretende hacer pasar por peces muertos en el fondo de un estanque, a veces destellan, quieren saber,quieren hablar, pero la consciencia los acalla,los vuelve a condenar al fondo de la pecera. Los dedos, que han renunciado al cigarro por la pipa, más intelectual, más adulta, sin embargo lo abrazan cuando se lo encuentran como entonces, los círculos de humo cruzan el espacio entre él y nosotras, igual que entonces...La voz tampoco ha cambiado, es sonora, dulce, reverbera en el aire cuando se ríe, pero las palabras huelen a incienso, a humedad, a lugares comunes en lugares dónde nunca estaremos. Los ah, muy bien, se repiten, sin cesar, como una oración, como una frase que se ha aprendido para cualquier ocasión. Este es mi marido, ah, muy bien. Nos casamos en febrero, ah, muy bien, estoy casada y separada, ah, muy bien. De vuelta a casa me pregunto, le pregunto a Antonio, qué poder tiene el ser humano para anularse a sí mismo, para anular a otros. Qué suerte de maleficio, encantamiento, palabras mágicas ha escuchado, ha repetido, ha susurrado, ha gritado, ha negado, ha afirmado este hombre en los últimos doce o catorce años. Dónde está hoy el chico de veintitantos años que conocimos, oculto bajo cuántas toneladas de fe, esperanza, y castidad. Que Dios me perdone, pero creo que ese no es el camino.No creo que esa elección le haya hecho bien a este hombre de hoy. Delibes dice que sus novelas son las historias de las vidas que no vivió, de las vidas que dejó atrás tras cada elección en su vida. Quién escribirá la novela que Nuestro Padre San Daniel no vivió.

1 comentario:

Raquel Táboas Baylín dijo...

En quesos la variedad es infinita...nunca consideré a Daniel un buen trozo de "Roncal" sino más bien una porción de "La Vaca que ríe", pero queso al fin y al cabo. Ahora la vaca no ríe y por lo que nos cuentas la inexpresividad de sus ojos es la del espectador, sí, la del que desde su inmovilidad contempla como todos los demás se mueven. Talmente como un pez en su pecera redonda. Y digo yo que la novela la podías escribir tú a lo Unamuno, San Daniel Bueno Mártir o Ojos de Pez.